Bendita prisión, bendita por estar en mi vida. Porque allí, tumbado sobre la paja podrida de la prisión, me di cuenta de que el objeto de la vida no es la prosperidad como nos hacen creer, sino la madurez del alma humana.
Aleksandr Solzhenitsyn
El ser humano puede ser comparado con una hoja en blanco: inicialmente impecable, delicada, pura y sin imperfecciones, con la capacidad de transformarse en una variedad infinita de formas y expresiones. Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo, se ve afectada por el entorno que la rodea. Así como la hoja, el hombre va enfrentando diferentes situaciones donde el mismo camino de la vida lo va moldeando de acuerdo a sus propios pasos. El entorno crea la realidad tanto del hombre como el de la hoja. En este caso puede que el hombre desde su infancia nunca haya sido querida o pudo haber sido víctima de violencia, o rechazada por aquellos que en propósito más la querían. Estas complejidades vividas en una edad temprana se convierten en cicatrices o más bien en ataduras que marcan nuestro camino de vida.
Y fue precisamente esto lo que encontré en la cárcel: personas que desde una edad muy temprana fueron violentadas por un horrible entorno.
¿Y ustedes se preguntarán qué hacía en la cárcel? No crean que me confundieron como terrorista o algo por el estilo, sino que tuve la oportunidad de ser parte de un grupo jóvenes a evangelizar durante la Semana Santa. Ubicado hacia el oeste de la ciudad, el Centro de Readaptación Social conocido como CEFERESO 11 es un penal de máxima seguridad que tiene la capacidad de albergar 2500 personas privadas de la libertad (PPLs), donde las condenas van desde 12 meses hasta más de 80 años. Los PPLs pasan 23 de 24 horas en su celda con un paseo individual de 1 hora en el patio al día y tienen 10 minutos a la semana para hablar con sus familiares y conocidos. En su gran mayoría, la población son pandilleros procesados por delitos de alto impacto como lo son secuestro, homicidio, narcotráfico, tráfico de armas.Les seré muy sincero, antes de ingresar al penal me poseía una actitud temerosa sobre todo por la agresividad y hostilidad que los PPLs podrían mostrar a causa de sus antecedentes criminales, sin embargo, al final ese temor terminó convirtiéndose en una sensación de seguridad y felicidad que jamás haya experimentado.
Y vaya que ingresar a un penal de máxima seguridad es todo un ritual: verificación ocular, huellas dactilares, rayos X, pasar por bandas magnéticas, registros interminables eran forzosos para acceder en todo momento. En esta travesía nos acompañaba Heriberto, quien era el supervisor encargado de asegurarse que todos entráramos al penal en tiempo y forma.
El primer día, llegamos temprano al gimnasio para prepararlo antes de su llegada. Una vez que los PPLs llegaban al recinto, cada uno de los misioneros nos presentábamos y establecíamos las reglas del juego de manera muy clara para evitar cualquier tipo de problema: no hablar de asuntos personales, no recibir nada por parte de los PPLs, respeto en todo momento, no compartir comida, etc.
Estuvimos en el penal desde el miércoles hasta el sábado, comenzando nuestras actividades diarias a las 10 a.m. Nuestras actividades se centraban en juegos para romper el hielo, y una vez que establecíamos confianza, estábamos listos para iniciar algunas pláticas. Aprovechamos la Semana Santa para hablarles sobre sus miedos, pecados, dolores, oscuridad y perdón.
El Viernes Santo tuve la oportunidad de participar en una actividad con ellos, que tuvo un profundo impacto en mí, el cual destapó toda su vulnerabilidad, permitiéndome ver el verdadero rostro de sus almas. Hablamos sobre sus dolores y sus tristezas, sobre sus heridas, sus miedos y creencias y al final sobre el perdón. Y sin lugar a dudas, el miedo que más los aterra es el rechazo familiar y social al que están atados, el temor de que nunca reciban el perdón de sus seres más amados. ¿Niños pequeños, que creen que nunca serán dignos de recibir ese amor que nunca tuvieron? En esta actividad, encontré una verdad profundamente conmovedora: detrás de las fachadas de dureza y delitos, hay almas heridas que anhelan redención y perdón, pero, sobre todo, la aceptación y el amor que todos necesitamos para sanar.
Durante mi tiempo en el penal, establecí una conexión especial con un hombre llamado Juan Refugio Escobedo, un individuo de 46 años proveniente del estado de Sinaloa, condenado por contrabando de heroína. Cuando tuve la oportunidad de conversar con Juan, compartió conmigo con angustia un episodio doloroso de su pasado. Me reveló que se sentía culpable por la muerte de su tía y su hermana, quienes fueron acribilladas debido a una deuda pendiente con él. Además, Juan compartió conmigo que consideraba su vida como un verdadero milagro. Había sobrevivido a múltiples intentos de asesinato, mostrándome con asombro más de ocho impactos de bala alrededor de su abdomen. Debido a estas graves lesiones, Juan tuvo que someterse a una compleja cirugía de reconstrucción de hígado y vejiga. El día llego a su fin y yo hice un pacto con Juan que el pidiera por mi y que yo pediría por el y por toda su familia.
A la mañana siguiente nos tocaba despedirnos de los PPLs, por lo cual la actividad consistía en un rezo en grupo. En un instante los PPLS formaron un circulo por fuera de nosotros los misioneros, Juan se acerca a mi me toma de mi hombro, cierra los ojos y comienza a rezar por mi. yo solamente escuchaba como salían palabras de sanación de la boca de Juan, y en ese momento mi alma estallo en jubilo, una sensación de gozo gobernaba en todo mi ser. Me quebré en un llanto de pura felicidad, no podía explicar lo que sucedía en ese momento, lo que presencie fue de una dimensión sobrenatural.
Para mí, la experiencia en la cárcel fue un encuentro jubiloso con el Señor, un recordatorio de la necesidad que tienen nuestras almas en darse generosamente a los demás. Aunque también experimenté momentos de dolor, angustia y desapego, me llené de esperanza al ver que, al final, el bien triunfa sobre el mal. Esta experiencia me enseñó que, incluso en los lugares más oscuros, la luz y la redención se hacen presentes. Nos recuerda que, independientemente de nuestras circunstancias, cicatrices y ataduras siempre hay esperanza y la gran posibilidad de sanar y enmendar nuestro camino